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El naufrágio del vapor JOVELLANOS y los Prácticos de Pasajes.  Manuel Rodríguez Aguilar.  (17/12/2011)
Puerto de Pasajes, prop. M. Rodríguez Aguilar - http://www.baixamar.com/
Puerto de Pasajes, prop. M. Rodríguez Aguilar

  En el año 1858 recaló por primera vez en Gijón un mercante a vapor, con bandera española, circunstancia que constituiría el comienzo de la era del vapor en Asturias. El nombre de ese vapor era JOVELLANOS, una figura de la Ilustración española, que promovió, entre otras cosas, la instrucción náutica y la Marina Mercante. Se trataba de un moderno buque, construido en 1857 por el astillero británico de Scotts & Co., en Greenock (construcción número 50), con casco de hierro, tres palos, aparejo de goleta, 499 toneladas de Registro Bruto, 420 toneladas de Registro Neto, 47,88 metros de eslora, 7,70 metros de manga y 5,18 metros de puntal. Estaba propulsado por una maquina alternativa de dos cilindros (80 NHP), que movía una hélice. El buque lo encargó la firma J & W Peebles, de Glasgow, aunque el astillero lo entregaría finalmente a la sociedad asturiana J. Alvargonzález y Compañía, que pagó por él 300.000 pesetas. Bajo sus colores navegaría hasta 1862, año en que lo compró la también sociedad asturiana Serapio Acebal y Compañía (que en realidad era propiedad de Robert MacAndrew & Co.). El vapor, que continuó con su nombre original, estuvo compaginando el cabotaje peninsular con viajes a La Habana, en los que transportaba carga y pasaje. El 8 de septiembre de 1869 sufrió un incendio mientras navegaba frente a la costa de Almería. Sus restos quedaron embarrancados en las proximidades de la Torre de Cerrillos, en el municipio de Roquetas.

  Pasaron los años y en 1872, la misma sociedad asturiana Serapio Acebal y Compañía adquirió, prácticamente nuevo, el vapor JOVELLANOS (el segundo), por el que pagó 325.000 pesetas. Este vapor de casco de hierro y aparejo de goleta fue construido por Bowdler, Chaffer & Co., en Seacombe, un astillero ubicado al Sur de Gran Bretaña. Tenía 509 toneladas de Registro Bruto, 424 toneladas de Registro Neto, 742 toneladas de Peso Muerto, 57,91 metros de eslora, 8,59 metros de manga, 5,18 metros de puntal y estaba propulsado por una maquina alternativa de doble expansión (90 NHP). Dos años después, con la disolución de la compañía propietaria, el vapor sería vendido a J. Roca y Compañía, una sociedad en comandita constituida el 22 de abril de 1874 en Barcelona, y también bajo el control de la familia MacAndrew. Los numerosos vapores que formaron parte de la flota de esta naviera hacían viajes a puertos europeos, principalmente británicos, franceses y alemanes, con productos agrícolas, transportando en su vuelta a España carga general.

  A mediados del mes de noviembre de 1881, las condiciones meteorológicas en el Mar Cantábrico empeoraron de tal forma, que en pocos días se convirtieron en infernales. Así se recogía la noticia meteorológica en la prensa española de la época: “Había anunciado el telégrafo trasatlántico el paso de un ciclón por el océano, dirigiéndose a las costas occidentales de Europa, hacia los días 22 a 23 del pasado noviembre; iniciose gran marejada en todo el Cantábrico, desde el Canal de la Mancha al Cabo de Finisterre, el día 24; estallaron tormentas deshechas en varios puertos de las costas francesa y española, especialmente en El Havre, Cherburgo, San Sebastián, Santander, Portugalete y Gijón, que ocasionaron naufragios, averías y pérdidas muy dolorosas.” Y, por lo que se verá a continuación, también en el puerto de Pasajes.

  La llegada a España del JOVELLANOS, en lo que iba a ser su último viaje, fue un tanto rocambolesca. Al mando del capitán bermeano Hermenegildo Azqueta, el vapor transportaba desde Liverpool carga general para San Sebastián, Pasajes, Gijón, Carril y Barcelona. Primero se dirigió a San Sebastián, donde fondeó en su bahía el martes 22 de noviembre, en medio de un violento oleaje y de un fuerte viento. Ante la imposibilidad de iniciar las operaciones de descarga a las gabarras, el capitán decidió dirigirse a Pasajes para buscar refugio. Entretanto, podría aprovechar su estancia para  descargar la partida de 134 toneladas destinada a ese puerto, en un año que su tráfico de mercancías se aproximaba a las 100.000 toneladas. A su llegada, el capitán solicitó al Administrador de la Aduana descargar las 134 toneladas y, también, la partida destinada a San Sebastián, a lo cual éste se opuso. Sus razones obedecían a que toda la documentación relativa a la carga se había quedado en San Sebastián, donde ya se habían iniciado los trámites administrativos de entrada y era allí donde tenían que continuar. Para todos no quedaba más remedio que esperar.

  Después de tres días de tensa espera, y siguiendo el criterio de los prácticos, los cuales opinaban que la mejoría notada en el tiempo permitiría por fin la descarga en La Concha, el JOVELLANOS partió en la madrugada del 25 de noviembre en dirección a San Sebastián. Su tripulación estaba compuesta por veintidós hombres, además del práctico primero Teodoro Laboa y dos carabineros. Estos últimos, con la misión de vigilancia de las mercancías, habían embarcado el primer día de estancia del vapor en la capital guipuzcoana. Sin embargo, el tiempo no había mejorado como esperaban y a la llegada a San Sebastián tampoco fue posible iniciar las labores de descarga. El capitán, enormemente contrariado por tanta demora, decidió regresar a Pasajes.

  Alrededor de las once de la mañana el vapor se presentaba en la entrada al puerto de Pasajes, iniciando acto seguido la maniobra. A pesar de que había marea baja, el vapor cruzó bien la entrada y la maniobra por el canal progresaba de forma correcta. No obstante, antes de llegar a la punta de Cruces, en la parte derecha del canal, una tras otra, le sorprendieron por la popa tres enormes olas, que hicieron perder el rumbo al vapor. El timón dejó de obedecer convirtiendo al vapor ingobernable. En breves segundos y sin poder hacer nada los hombres de a bordo, la enorme marejada fue llevando al JOVELLANOS sobre las rocas, con las que chocó violentamente, hundiéndose de forma casi inmediata. Sus restos quedaron bajo el agua entre la ensenada de Alabortza y el Castillo de Santa Isabel.

  Un testigo presencial, y corresponsal de La Ilustración Española y Americana, escribía lo siguiente:

  “El vapor JOVELLANOS entraba en el puerto el 25 de noviembre, procedente de Liverpool, con carga general; más a causa de la gran marejada que reinaba, se fue a fondo, a pesar de los esfuerzos de la tripulación. De los 22 hombres que tenía a bordo pudieron salvarse 16, tomando a nado las orillas, los restantes perecieron ahogados, y eran: el práctico del puerto, el piloto del buque, un marinero, un cocinero y dos maquinistas ingleses.”

  Nada más ocurrir el siniestro, varias embarcaciones partieron en auxilio del JOVELLANOS. Sus ocupantes -entre ellos se encontraban casi todas las autoridades del puerto- pudieron rescatar a varios tripulantes con enorme esfuerzo. A pesar de todo, el estado de la mar no permitió acercarse a las rompientes para ayudar a otros tripulantes, que acabaron sucumbiendo a una mar implacable, al pánico aterrador y a la verdadera mala suerte. En las labores de salvamento destacó el práctico segundo Custodio Otazu, al mando de una lancha, que salvó al capitán, a cuatro marineros y, además, recuperó dos cuerpos.

  De acuerdo con las informaciones oficiales, finalmente se produjeron ocho víctimas: Teodoro Callejas, primer piloto (de Bermeo); Pastor Recalde, contramaestre (de Bermeo); James Darley, maquinista (inglés); Lawrence Arcus, maquinista (inglés); Agustín Abriga, cocinero (de La Coruña); Benito Puerta, camarero (de Pontevedra); y Félix Martiñán, marinero (de Villajuán); así como el citado práctico del puerto de Pasajes de Sanjuán, que estaba casado y tenía cuatro hijos. Poco a poco, la mar fue devolviendo sus cuerpos en los días siguientes y enterrados en el cementerio de Pasajes. Por el contrario, los supervivientes eran: el capitán, el tercer piloto, el mayordomo, el carpintero, cinco fogoneros, seis marineros y los dos carabineros, que llegaron a tierra con sus respectivos fusiles.

  Dos días después del desastre, el capitán del vapor JOVELLANOS publicaba en el periódico “El Urumea” una emotiva y expresiva carta de agradecimiento:

  “Faltaría a mi deber si en medio de mi desgracia no diera un testimonio de gratitud a todas las autoridades y personas que espontáneamente acudieron a prestarnos auxilio en los momentos de la catástrofe del vapor JOVELLANOS, y seame permitido acudir a la prensa, no pudiendo cumplir personal y particularmente con cada una de ellas.


  Debo hacer mención en primer término del Sr. Capitán del puerto de Pasajes por sus oportunas disposiciones que tomó para el salvamento, eficazmente auxiliado del cabo de mar a sus órdenes, de los Sres. Administrador, contador y vista de la aduana de Pasajes, de los dos señores facultativos y del farmacéutico, que evitaron con sus prontos socorros, consecuencias graves que pudieran haber sobrevenido; de los capitanes de los vapores REOCIN y PROGRESO, goleta francesa FEDERIS ARCA, D. José Tutón, Sr. Vicario de Pasajes de San Pedro, mi amigo D. Juan Arana y demás personas que, impulsadas por sus nobles corazones, acudieron a prestarnos cuantos auxilios necesitábamos en aquellos tristes momentos.


  Reciba también la expresión de mis más sinceras gracias el Excmo. Sr. Gobernador de esta provincia por el interés y generosidad que nos ha manifestado.
No puedo dejar pasar en silencio la conducta humanitaria y heroica del práctico Custodio Otazu, quien a riesgo de su propia vida nos salvó de una inevitable muerte.

  Por último citaré a los dueños de la fonda en donde tantos cuidados se nos prodigaron y a los Sres. Presidente y Secretario de la Sociedad de Fomento de este puerto por el espontáneo ofrecimiento de toda la gente y material que pudiéramos necesitar.

  Tantos y desinteresados han sido las atenciones y cuidados de que hemos sido objeto, que en nosotros quedará grabado de un modo indeleble los nombres de nuestros salvadores y la generosidad de todos aquellos que nos han prestado sus desinteresados auxilios.

  Soy de Vd. Affmo S.S. q. s, m,- Hermenegildo Azqueta.”

  Terminando el mes de noviembre se hundió, al poco de salir del puerto de Pasajes (sin permiso de las autoridades y sin práctico a bordo), la pequeña goleta FEDERIS ARCA, de nacionalidad francesa y con un cargamento de hueso, cuando era remolcada a Nantes por el vapor de pesca, también francés, LE VENDEEN. Por culpa del mal tiempo faltó el cable de remolque, aunque afortunadamente todos los tripulantes pudieron ponerse a salvo antes de que se fuera a pique la goleta. Un día después se encontraban en San Sebastián descargando a gabarras los vapores españoles MARÍA y PIZARRO. En un abrir y cerrar de ojos empeoró el tiempo y ambos capitanes decidieron dirigirse a Pasajes con el fin de buscar refugio. El primero en llegar fue el vapor MARÍA, cuyo casco fue a chocar con alguna roca del fondo mientras entraba por el canal, abriéndosele una vía de agua. El vapor terminó embarrancado en el centro de la bahía (aunque posteriormente sería reflotado y reparado). A continuación, el turno era del vapor PIZARRO, que estaba al mando del capitán Sebastián Ezcurra. En plena maniobra de entrada, una enorme ola le embistió por la popa y le produjo averías en el aparato propulsor, arrastrando al vapor contra las rocas. Todos los ocupantes se pusieron a salvo y el único herido, aunque de consideración, fue el práctico José Ángel Urquía. Sin embargo, el casco del PIZARRO se partió y una gran parte de la carga, consistente en barricas de espíritu, fue arrastrada por el reflujo de la mar. Sin duda, unos días para olvidar.

  El día 3 de diciembre, los buzos de la Sociedad de Fomento del Puerto de Pasajes reconocieron ambos vapores. En ese sentido, la prensa recogía la siguiente la noticia: “El vapor JOVELLANOS continúa sumergido a 30 pies de profundidad, sobre un fondo de rocas, a la entrada del puerto de Pasajes, temiéndose que el casco se haya partido.” Dos días más tarde llegaron de Gran Bretaña varios buzos y material diverso con el objeto de salvar la carga que quedaba en el interior de los vapores JOVELLANOS y PIZARRO. Poco pudieron hacer ante el mal estado de la mar, el destrozo que presentaban los cascos y la poca carga que quedaba en las bodegas.

  La pérdida del vapor JOVELLANOS, además, había ocasionado unas pérdidas materiales, que se cuantificaron en diez millones de reales. De la carga sólo se pudo recuperar una mínima parte, siendo la gran mayoría arrastrada por la mar. A finales del mes de diciembre de 1881 se procedió a la voladura de los cascos de los desgraciados vapores, después de solventar algunos problemas con el tiempo, los detonadores y los explosivos. Sus restos permanecían entre las rocas separados unos 200 metros y podían constituir un peligro para la navegación. Curiosamente, ambos vapores pertenecían a los mismos propietarios: la sociedad J. Roca y Compañía.

  Las estadísticas recogían que, “hacía 43 años que en Pasajes no había ocurrido siniestro alguno hasta el del JOVELLANOS.” Tras el accidente del vapor surgieron duras críticas en la prensa de la época:

  “La pérdida del JOVELLANOS es un accidente fortuito que la marejada hizo inevitable. No negaremos nosotros, pero si indicaremos la necesidad de que aquel puerto se vea dotado de marcas o enfilaciones que de día o de noche faciliten la entrada a los buques. No se comprende como este puerto de Pasajes, de mayor importancia cada día y como refugio en el Cantábrico, el único que carece de barra que cierre su boca en los malos tiempos, se ve privado de estas enfilaciones, cuando apenas hay en Europa un puerto de mediana importancia que no las tenga.

  Y es lo más notable que ya las tuvo durante la última guerra civil, merced a lo cual tanto la escuadrilla del Cantábrico como los muchos buques mercantes que llevaban al ejército víveres y municiones, tomaban bien el puerto hasta sin práctico, no ocurriendo siniestro alguno ni en noches de temporal. ¿Por qué se habrán quitado aquellas luces y enfilaciones después de la guerra? Las vidas, los buques y el comercio, ¿no merecen dos pesetas que costaba encender aquéllas?”

  Mi agradecimiento a Richard Beunza Díaz de Isla y a Jaime Pons Pons.


 


Nota del Editor:  Manuel Rodríguez Aguilar, escritor e investigador marítimo, goza de una larga nómina de artículos publicados además de dos libros, cuya lectura recomendamos encarecidamente.  Una muestra de su obra puede verse en la página de Juan Manuel Grijalvo.



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