Una buena travesía. Lluís Cabrisas Caules. (03/12/2007)
Cuentan que a mediados del siglo XIX (1846), falleció en Roma el Santo Padre Gregorio XVI, Papa desde el año 1831. En el Vaticano se hicieron todos los preparativos para nombrar al que tendría que ser el nuevo Pontífice Pio IX (1846-1878), requiriendo la presencia de todos los cardenales del mundo Católico, en la Ciudad del Vaticano, para proceder al cónclave de donde saldría el nuevo Papa.
Como es sabido en aquellos tiempos las comunicaciones eran malas y penosas, los viajes se alargaban por la falta de carreteras, posadas e inclemencias del tiempo, y más hasta poder llegar a su destino: Roma.
El medio que resultaba mas cómodo era el barco, claro está según procedencia, en este caso, Barcelona. El cardenal de dicha diócesis tenía que formar parte de este Cónclave, y es de suponer, que después de analizar todos los pros y los contras, escogió el barco, ya que él estaba en puerto de mar. Llegó el día de la partida para Monseñor y su séquito, unas veinte personas en total. Todos clérigos, secretarios, ayudantes de cámara, ordenanzas y acompañantes, para la ocasión, que componían esta expedición. Entre ellos había un joven cura, muy servicial, siempre estaba pegado a su Eminencia.
Embarcaron en el Puerto de Barcelona a bordo de una corbeta, que tenía su destino en Nápoles (Italia), pero que haría escala en el Puerto de Civitavechia, también en Italia, donde desembarcaría la comitiva, para continuar el viaje por tierra hasta Roma, el barco seguiría su viaje al puerto de Nápoles.
El barco era un hermoso buque preparado para la carga y pasaje, aparejado con tres mástiles, cruzando el trinquete y mayor, el mesana con vela cangreja y escandalosa, rápido y de buena maniobra para navegar por el golfo del León.
Zarpó del puerto de Barcelona, como acostumbraban los barcos catalanes, el domingo por la mañana después de los oficios religiosos, en la iglesia de Santa María del Mar.
Con todos a bordo, se hizo el buque a la mar. Una vez fuera del puerto, navegó con todo el aparejo largo en demanda del cabo San Sebastián, viento fresco del Norte, de tierra, un placer para toda la gente que disfrutaba de tan hermoso panorama; costa a la vista y la majestuosidad que ofrecía el navegar del barco. Todo era alegría.
Al atardecer el viento refrescó se aferraron gavias y juanetes, estayes, escandalosa, y foques, dejando el buque amarinado para pasar la noche, y remontar el cabo San Sebastián. Estaba ya todo el pasaje en sus camarotes y solamente el capellán joven subía a cubierta, observaba la maniobra y lo que hacían los marineros. Escuchando sus palabras y al oír que algún marinero se quejaba, o decía alguna blasfemia, él se ruborizaba, se santiguaba y marchaba junto al prelado, explicandole lo que había visto y oído de los marineros, de su mala educación y poca fe, pero, Monseñor muy pausadamente, le decía que no se incomodase por oír aquellas palabrotas, porque mientras las oyera ellos estarían a salvo. Pero el joven capellán no entendía lo que su superior quería decir, y sin embargo Monseñor insistía, una vez más, y le explicaba que aquel era el modo de expresarse y rezar, de la gente de mar. Estas observaciones se las repetía cada vez que bajaba a la cámara, para informar de lo que ocurría en cubierta. Él no imaginaba que cuando aparecía en cubierta, los marineros al verle blasfemaban, culpando del mal tiempo reinante, a la comisión clerical. Había mucha superstición entre la gente de mar hacia la de Iglesia. Así pues es fácil imaginar que el mal tiempo reinante, era por la presencia a bordo de esos Señores.
Al despuntar el día, el buque había navegado con velachos, gavias, mesana arrizada, y trinquetilla remontando el Cabo San Sebastián, navegando lo mas terral posible a lo largo de la costa, en demanda del cabo de Creus, para entrar en el golfo del León.
En estas condiciones pasaron el día. Al anochecer estaban a la altura de Cabo Creus, el viento refrescó rolando al WNW, con fuerte marejada, cargando velacho, gavia alta, tres rizos a la mesana, navegando solamente con el velacho, gavia bajos y la trinquetilla. El tiempo empeoró, con rachas de viento muy fuertes, chubascos con cerrazones de agua, convirtiéndose la navegación en tragedia . Los golpes de mar inundaban la cubierta una fuerte racha de viento hizo trizas el velacho y gavia, arriando la mesana, navegando sólo con el foque, corriendo el temporal en popa y habiendo perdido de vista la costa . En cubierta la situación, era crítica, los rompientes de mar, eran constantes, llevándose todo cuando podían . La tripulación iba trincada para realizar las maniobras, el agua entraba en los camarotes, mientras las bombas de achique de cubierta trabajaban impulsadas por los marineros, con chasqueros y trincados.. En el puente el capitán, los oficiales, y cuatro hombres a la rueda del timón, para poder gobernar la nave, todos ellos también con chubasqueros y trincados.
Subió a cubierta como pudo el joven sacerdote, y al ver a la tripulación amarrada y agotada de tanto sufrimiento, algunos incluso heridos y sin blasfemar, más bien implorando, que un mal golpe de mar no les pudiese des arbolar o abrir una vía de agua, lo que sería el fin del viaje. Bajó a la cámara inmediatamente para notificar al Cardenal, que los hombres que antes blasfemaban, ahora todos estaban amarrados y rezando por sus pecados y blasfemias. Lo dijo riendo con gran gozo. El Cardenal contestó que había llegado el momento de encomendarse a Dios, porque si la tripulación rezaba y no tenía fuerzas para hacer su trabajo, el hundimiento del buque podía ser de inmediato y, también el final de sus vidas. Lo notificó al resto de sus acompañantes, quienes a causa del mareo, ya no les importaba casi nada.
No naufragó el buque con el fuerte viento NW y la marejada, corrió el temporal en popa con una mar tendida. El instinto de supervivencia es siempre superior, y el hombre de mar tiene experiencia.('mientras hay hombre hay barco' ). Con la luz del día se ven las cosas mejor, uno se hace cargo de la situación y toma las decisiones oportunas i correctas, como en el caso que no ocupa.
Se amarinó el buque largando el trinquete arrizado y estayes, dando así velocidad y estabilidad a la embarcación y, reorganizando la vida a bordo. En el momento de correr el temporal navegaron con rumbo E pero a medida que pasaba el tiempo, y mas corrían el temporal amainó, pudiendo reparar las averías y largar más velas, navegando al rumbo NE. Después de dos días en medio del Golfo, navegando en estas circunstancias, reconocieron la costa de Córcega (Francia) por la proa, remontando el cabo Corse al norte de la isla el tercer día, navegando ya con todo el aparejo y buen tiempo.
Llegaron al puerto de CIVITAVECCHIA (Italia) el quinto día de navegación, desembarcando toda la comitiva sana, y con una experiencia inolvidable vivida en el mar. Pasaron unos pocos días en aquella ciudad, que a aprovecharon para descansar y organizar la continuación del viaje por tierra, con diligencias, hasta la ciudad papal.
Mientras se procedió a realizar unas pequeñas reparaciones en la arboladura y casco. El temporal había castigado seriamente al buque y a la tripulación, ya que entre ellos había alguno herido leve, a lo que se añadía el cansancio.
Con el buque a son de mar, continuó viaje a su puerto de destino, Nápoles, terminando así felizmente, el presente viaje.
Ya lo dice el refrán popular: “Si quieres saber rezar, sal a navegar”
Lluis Cabrisas i Caules. Marzo de 2004.